Japón fue el primer país en introducir los trenes de levitación magnética o Maglev, como se les denomina. En el año 1964 se construyó el primero, con ocasión de los Juegos Olímpicos, para el transportar a los deportistas, alcanzando en su época una velocidad nada despreciable de 210 Km/h.
Actualmente el tren de levitación magnética en servicio más rápido del mundo, que alcanza velocidad de a 430 Km/h, se encuentre en Shanghái, en China, en la realidad solo opera a 240 Km/h debido a la poca longitud del trayecto.
Aunque el maglev de Shangai es de tecnologìa alemana, también hay proyectos de investigación en Japón y en otros países. La mayor velocidad obtenida hasta ahora fue de 603 km/h, el 21 de abril de 2015 en la ruta Yamanashi al oeste de Tokio. Unos días antes llegó a alcanzar los 590 km/h, el 16 de abril de 2015, en la misma ruta, siendo 15 km/h más rápido que el récord de velocidad del TGV convencional.
El tren de levitación magnética L0, (Maglev), utiliza las fuerzas magnéticas repulsivas y atractivas para propulsarse a los largo de una vía, eliminando así la fricción entre el tren y la vía al no existir las ruedas, lo que permite a este tipo de sistemas alcanzar velocidades elevadas y un bajo nivel de ruido, ya que la única oposición es la que presenta la resistencia del aire.
Este sistema se controla electrónicamente y consta de unos electroimanes situados en los laterales inferiores del tren que, en combinación con unos estatores montados en la superficie inferior del carril guía, elevan el tren hasta dejar entre ellos un espacio aproximado de un centímetro, o media pulgada. Otros imanes ubicados a los lados del tren lo mantienen alineado. Los estatores crean un campo magnético que impulsa el tren.
Para ahorrar energía, la unidad de control envía electricidad solo al tramo por el que está pasando el tren. Cuando hay que acelerar o subir una pendiente, se aplica más potencia. Y para frenar o invertir la dirección, se cambian los polos del campo magnético.
Nuestro “tren bala” se desplaza a altas velocidades, pero sus estructuras inferiores abrazan el carril guía que impide prácticamente que se descarrile. Los asientos ni siquiera llevan cinturón de seguridad, y los pasajeros pueden andar por los pasillos aunque el tren vaya a su velocidad media. Si falla la energía eléctrica, unos frenos especiales —activados por unas baterías a bordo— crean un campo magnético que disminuye la velocidad a 10 kilómetros (6 millas) por hora. El vehículo se apoya suavemente en las correderas del carril y se desliza hasta detenerse.
Los estudios demuestran que los potentes imanes no son un riesgo para la salud de los pasajeros que usan marcapasos. De hecho, el magnetismo fuera del sistema de propulsión es menor que el producido por los trenes convencionales.
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